Las mejores cosas de la vida no son cosas… y, además, son gratis

Recuerdo hace ya muchos años un compañero de trabajo me dijo: “a los hijos se les dan 3 cosas, y la primera la doy por descontado, amor; la segunda educación, y la tercera experiencias”.  Traigo la frase a colación, pues en esta reflexión quiero resaltar la importancia de vivir experiencias, lo delicioso y enriquecedor que son, y lo importante que se vuelven para nuestras vidas.

Una experiencia por definición es una circunstancia o un acontecimiento que, por sus características, resulta trascendental o digno de destacar en la vida de una persona.  Diría yo, que es algo transformador que provoca en nosotros una retentiva única que de forma inmediata se traduce en aprendizaje.  A pesar de que reconocemos que la verdadera esencia de la vida transita por allí, y que es a través de vivir cosas nuevas lo que nos brinda entusiasmo, es inconcebible como muchos de nosotros pasamos la vida en la inercia de la costumbre.

En la vida hay dos máximas irrefutables: el cambio y la muerte, y claramente parece que queremos evitar las dos.  Es imposible.  De la muerte es más que evidente, y del cambio ¡igualmente! La vida es una caja de sorpresas, el mundo da vueltas -por cierto, una todos los días-, y nosotros mismos, aun sin darnos cuenta, ya no somos los de ayer.

Solemos decir que el hombre es un animal de costumbres, renuente a experimentar cosas nuevas.  Si no me cree, mañana intente bajarse de la cama por el otro lado y me cuenta.  Sin embargo, es precisamente cuando experimentamos cosas nuevas, que las emociones se despiertan; la adrenalina se alborota y se libera nueva energía.  Además, que delicioso es poseer la capacidad de asombro -única en los seres vivos del planeta- que nos inyecta nuevos bríos; nos hace sentirnos vivos.

Las experiencias perduran en el tiempo, a diferencia de la sensación pasajera que deja, por ejemplo, la acumulación de cosas materiales donde el disfrute muere en el preciso momento de la posesión.  Son vivencias que nos dejan recuerdos y, a través de estos, es que volvemos a vivirlos con la misma emoción.  Por lo tanto, no hay inversión en el mundo que sea más perdurable y valiosa que esta criptomoneda tuya, única e irrepetible que se llama experiencias.  Si hay algún deber en la vida es precisamente ¡vivir! A eso venimos ya que, por cierto, morimos todos los días. 

Hay infinidad de maneras de aventurarse a nuevas experiencias: viajar, degustar comidas diferentes, aprender sobre distintas culturas, etc.  Sin embargo, lo esencial es hacer/probar cosas nuevas, todo el tiempo y en todos los ámbitos. Abrir nuestra mente, retar los límites que nos imponen las creencias; salirnos de nuestra zona de confort.  Alimentar con novedades nuestros sentidos: ver paisajes, probar sabores, escuchar sonidos, oler aromas, sentir texturas, hacer cosas distintas… experimentar.

Quiero ir más allá y sugerir lo que para mí, es fundamental en la aventura y el disfrute pleno de nuevas experiencias.  Su esencia radica en el fondo de nosotros, y se sintetiza en ser valiente -algo de lo que nadie se arrepiente- y atreverse a:

  1. Dejar atrás la comodidad de las costumbres
  2. Liberarte de opiniones y juicios
  3. Dejar a un lado tus creencias
  4. Abrazar la diversidad y ampliar tu mundo
  5. Recibir con gratitud la inclusión 

En mi concepto una persona inteligente es aquella que es flexible, que tiene la habilidad no solo de aprender, sino la capacidad de desaprender y poder reformatear el disco duro (expresión de los viejos de mi edad que espero entiendan los jóvenes).  Experimentar y aventurarse requiere de menta abierta; eliminar de la cabeza que hay cosas correctas e incorrectas: solo las hay, ya calificarlas es un juicio tuyo.  En la medida que te aventures a más, irás creando el hábito de experimentar y eso hará de tu vida, una más rica, impredecible y deliciosamente divertida.  Total, como me dijo Carlos mi hijo en ocasión de un cambio de vida radical que deseaba hacer, “pues ¿qué puede pasar? … total, si no te gusta, te regresas y ya”.

Vivimos hoy en un mundo sin fronteras, abierto y globalizado donde conviven todo tipo de culturas en diferentes ámbitos.  Conocerlas, fomenta la curiosidad, la creatividad y el deseo de aprendizaje; la música, literatura, el arte, son manifestaciones que nos ayudan aprender la forma como otros visualizan el mundo. Amplía nuestra perspectiva al ver más allá de lo que tenemos alrededor y genera empatía al ponernos en el lugar del otro.  Al final de eso se trata, de encontrarte con gente que te haga ver cosas que tú no vez.  Que te enseñen a mirar con otros ojos.

Quienes tenemos el privilegio de viajar, este es un modo maravilloso de descubrir la inmensidad del planeta.  Es tan grande y tenemos mucho que explorar. Con la alegría de viajar viene una de sus mejores cosas: el degustar la gastronomía de los sitios a donde vamos.  Siempre les digo a mis hijos que ojalá no repitamos nunca un sitio; hay tanto por conocer y explorar que quedarse en los lugares comunes equivale a tener un libro y solo leer las mismas dos páginas.

A cada uno de nosotros nos entregaron un lienzo en blanco en el cual dibujamos nuestra vida.  Cada quien decide si lo colorea, le pone relieves, texturas e historias, o si simplemente deja un par de trazos aburridos e insípidos que no transmiten nada.  Imaginen que al morir llegan al cielo o al infierno -el lugar de su elección- y las personas los reciben en un auditorio repleto y les dicen, “a ver, ¿cuéntanos que hiciste en tu vida?” … Al Chile que me daría terror no tener nada que contar.

Para cerrar, dejo esta frase de William Ward, que resume de forma fantástica la esencia de la experiencia: “La aventura de la vida es aprender.  El objetivo de la vida es crecer. La naturaleza de la vida es cambiar. El desafío de la vida es superarse. La esencia de la vida es cuidar. El secreto de la vida es atreverse. La belleza de la vida es dar.  La alegría de la vida es amar”.